lunes, 6 de octubre de 2008

El mito masculino de la mujer infiel - Rosa Montero

El mito masculino de la mujer infiel A finales de 1999, una empresa de cosméticos italiana mandó hacer una encuesta sobre las consecuencias físicas y psíquicas del adulterio, y el trabajo arrojó unos resultados espectaculares. Al parecer, las mujeres rejuvenecen con la infidelidad; el 47% se preocupa más de su aspecto tras echarse un amante; el 28%, adelgaza y recupera la línea; el 24% asegura que s u piel se vuelve más tersa y luminosa, y el 52% sostiene que la traición les da más equilibrio psicológico.
Además, el 26% confiesa que no tiene ningún sentimiento de culpa: de todos los apartados relacionados con el remordimiento, este es el que obtiene el porcentaje más alto. En el caso de los hombres, sin embargo, sucede casi lo contrario. Por ejemplo, el 32% de los varones se siente muy culpable tras el adulterio; también el 32% se ven con más arrugas, y el 24%, más barrigones. Se diría que a los señores les sienta fatal echar una cana al aire, mientras que a las mujeres nos pone estupendísimas.
Esta increíble encuesta parece dar la razón a uno de los terrores ancestrales del varón, a ese mito masculino tan elemental y tan profundo de la mujer infiel, esto es, de la hembra despiadada, devoradora de hombres, insaciable; de la compañera mentirosa que en realidad no depende tanto de él como él se siente depender de ella. No sé de dónde habrá nacido esta obsesión: tal vez de la fragilidad emocional de los varones y de su incapacidad para manejar y nombrar los sentimientos (este es uno de los precios que han pagado los hombres en el machismo). Sea como fuere, este pánico oscuro ha sido la base de unos usos sociales ciertamente atroces. Como el harem y los velos, por ejemplo: encerrar y ocultar a las mujeres para impedirles el trato con otros hombres. O como la ablación y la infibulación, consistentes en rebanar el clítoris a las hembras y, en ocasiones, coserles los labios de la vulva (el novio las abre con un cuchillo en la noche de bodas) para imposibilitarles el goce o el mero uso de su sexo. Dos millones de niñas son todavía mutiladas en el mundo cada año.
La literatura universal está llena de relatos de mujeres infieles. Puesto que la literatura ha sido hasta hace muy poco un espacio para hombres -como todo en el mundo, desde luego-, en la inmensa mayoría de los casos la infidelidad de la mujer está contada desde el miedo y el mito masculino. Un ejemplo perfecto de esa mirada extremadamente sexista es la "Historia del rey Schahriar y su hermano Schahseman", un cuento perteneciente a Las mil y una noches y recogido en este volumen. Se trata de una fábula primordial, puro subconsciente varonil hecho leyenda; de hecho, es tan importante dentro del texto colectivo de Las mil y una noches que la anécdota se repite dos veces, en dos partes distintas, y da origen al relato-marco de todo el libro. La historia es la siguiente: el rey Schahseman descubre un mal día que su mujer le engaña con un esclavo negro (todas las Noches están llenas de aterradas referencias a la potencia viril de los hombres de color); tras matar a los dos, y muy deprimido, se va de viaje a la corte de su hermano, el rey Shahriar, y cuando llega allí descubre que también su cuñada comete actos adúlteros con su correspondiente e inevitable negro. Se lo dice a su hermano, y el rey Shahriar, a su vez, degüella a su esposa y al amante. Viudos ambos, pues, y entristecidos, los hermanos se marchan a ver mundo, hasta que se encuentran en una playa con un efrit (un genio maligno). Ocultos en un árbol, los reyes contemplan cómo el genio abre un cofre, y cómo sale de él una joven muy hermosa. El efrit se duerme, y la joven descubre a los hermanos. Inmediatamente les ordena que bajen del árbol y la posean, con la amenaza de despertar al genio si no obedecen. Los reyes, asustados, hacen el amor con ella; luego la joven les pide sus anillos, los enfila en un cordel en el que ya hay quinientas setenta sortijas, y explica que el genio la raptó en su noche de bodas y que la tiene prisionera desde entonces; y que ella se venga poniéndole los cuernos en cuanto que puede.
LA CITA Y OTROS CUENTOS DE MUJERES INFIELES – Rosa Montero 5. Escuchada esta historia, los dos reyes regresan a su palacio espantados de la maldad femenina (pero no parece espantarles lo más mínimo que él haya raptado, violado y secuestrado a la chica), y el rey Shahriar, loco de dolor, decide acostarse cada noche con una doncella virgen y mandarla matar todas las mañanas, para evitar de este modo tajante que vuelvan a engañarle y, por añadidura, para vengarse de las hembras. Hasta aquí, el relato de la infidelidad con toda su carga de elementos míticos, desde la promiscuidad legendaria de las mujeres (quinientos setenta anillos son muchos anillos) a la motivación de la muchacha. Porque la chica no hace el amor con cientos de hombres llevada por el deseo de gozar, sino por el afán de vengarse del genio. Quizás en este relato elemental subyace el barrunto inconsciente, por parte de los hombres, del maltrato machista al que someten a las mujeres (a fin de cuentas, también el efrit fue malo con la joven), y el temor a que ellas se venguen en lo que más les duele: en esa intimidad emocional en la que se sienten tan indefensos.
Pero existen muchas otras maneras de narrar una infidelidad, y muchas otras historias que contar. De hecho, la bella e inteligente Shahrazad, hija del visir, le contará tantísimas historias apasionantes al rey Shahriar que éste le irá perdonando la vida durante mil una noches, y al cabo de ese tiempo el antiguo rey asesino descubrirá que ha tenido tres hijos con Sharazad, que la ama tiernamente, y, lo que es más importante, que ya no odia (ya no teme) a las mujeres. Dentro de las muchísimas interpretaciones que pueden extraerse de Las mil y una noches, podría caber la de considerar este cuento-marco como una parábola de la maduración sexual del hombre. Cuento todo esto porque la infidelidad de la mujer es un tema complejo y profundo al que la voz del varón ha dotado, a lo largo de la historia, de unos significados muy precisos. Pero, más allá de los prejuicios machistas, en la infidelidad, sea de mujeres o de hombres, se juegan muchas otras cosas; sobre todo, me parece, el deseo o el sueño de ser otro.
Quién no ha sido infiel alguna vez en su vida, por lo menos mentalmente, imaginariamente. Quién no se ha proyectado en el amor de otro, y, por consiguiente, en el diseño deslumbrante de una vida nueva. La ambición de tener lo que no tenemos y ser lo que no somos forma parte sustancial del ser humano; y la infidelidad, por lo tanto, también. Aunque uno nunca se atreva a llevarla a la práctica. De todo ese mundo turbio y sustancial compuesto de miedos y deseos, de necesidades y venganzas, de identidades que se inventan a sí mismas y mitos ancestrales, tratan los hermosos relatos que componen este libro. Un tema fascinante e inacabable.

ROSA MONTERO

sábado, 21 de junio de 2008

La Piedra del Diablo - http://encuentrosmuycercanos.spaces.live.com


En Lima, Perú, están los “Barrios Altos” lugar plagado de casonas de zaguán y balcón colonial, cuna del criollismo limeño y protagonista de muchas de las tradiciones de nuestro gran escritor, don Ricardo Palma, quien recorrió sus calles de cabo a rabo, Barrios Altos, es además, considerado lugar de gente “brava” valiente y sin temor a nada.
En este lugar se encuentra la “peña horadada” o piedra del diablo, curiosa roca de color negro retinto, azabache a más no poder, dura y fría que mide un metro de alto y tiene un orificio perfectamente circular que la traspasa de lado a lado, ésta piedra está en el cruce de los jirones Junín y Cangallo.
Cuenta la leyenda que una noche de luna clara, allá por tiempos coloniales, el diablo se encontraba haciendo de las suyas por la calle del suspiro, (hoy jr. Cangallo) cuando al llegar a la esquina se topa cara a cara con la procesión de Jesús Nazareno, aterrorizado da media vuelta y se encuentra con la procesión de la Virgen del Carmen, patrona de los Barrios Altos, desesperado al verse en medio de dos imágenes religiosas, no le quedó más remedio que escabullirse por una roca que estaba ahí, precisamente en la esquina de ambas calles, y al atravesarla, hizo el hueco que queda hasta hoy.
A través de los años, muchos alcaldes han intentado retirar la piedra para que no entorpezca el libre discurrir de los peatones, pero es imposible, ni aún utilizando la más sofisticada maquinaria se logra moverla un milímetro de su lugar, como si el demonio la protegiese.
Los vecinos de esta parte de Lima se persignan al pasar frente a ella y cuentan que en las noches de luna llena se convierte en adoratorio del demonio, uno de los más atemorizados es don Teodomiro Mendoza, panadero de oficio, cuyo establecimiento queda exactamente frente a la piedra, Teodomiro asegura que por las noches se escuchan gritos que estremecen a los más valientes de la zona. En el lugar además, y a través de los siglos, se han cometido crímenes que la policía nunca ha podido resolver. ¿Será por eso que hace algún tiempo, alguien pintó una cruz blanca sobre la piedra del diablo? Dibujo que por cierto, nadie se ha atrevido a borrar.

Por: Mirko Leonardo Miano



Psdt.: Post. ganador del "Concurso Sobre curiosidades y Leyendas Locales", nuestro compatriota participo ganando el primer lugar entre casi medio millar de post. de todo el mundo, saludos por eso y a seguir apoyando a los nuestros,,,..

viernes, 9 de mayo de 2008

Nada esta perdido - Julio Cortazar


Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo.

Chiflados, pero heroicos - Articulo Rosa Montero




Hace ya algunos meses que vi la maravillosa película documental Grizzly Man, de Werner Herzog, y todavía no se me ha ido de la cabeza. Pocas veces he salido de un cine tan turbada. Esta historia desnuda y real cuenta con asombrosa sabiduría la vida de Timothy Treadwell, un chico norteamericano que durante trece años se pasó los veranos en un remoto parque de Alaska, viviendo junto a los feroces y hermosos osos grizzlies. Treadwell filmaba sus estancias, y luego enseñaba las películas en colegios y televisiones. Todo eso le convirtió en una especie de pequeña celebridad, en algo así como el chiflado de los osos. Herzog, que utiliza en su película fragmentos de las más de cien horas de filmación que Treadwell hizo (en las que sale sobre todo él mismo, porque era de un narcisismo alucinante), hace un retrato sutil e inolvidable del tipo. La mitad del documental, Treadwell te parece un imbécil; y la otra mitad, un pobre loco. Pero, al mismo tiempo, dentro de su extraña historia hay desesperación, y audacia, y épica. Y la impasible y sagrada belleza del mundo natural. Digamos que la película une lo estrafalario y lo grandioso.


La vida es esencialmente paradójica, y pocas veces he visto retratada de manera tan cruda la paradoja humana como en este film. Y así, el loquinario y patético Treadwell resulta también conmovedor y heroico. Sobre todo al final. Porque en su verano número trece (curiosa coincidencia para supersticiosos), un oso se lo comió vivo, así como a su novia, Amie Huguenard.


De Amie apenas sabemos nada. Aparece de refilón en las filmaciones, porque Treadwell quería dar la impresión de que pasaba los veranos completamente solo en medio de los bosques salvajes. Lo más espeluznante es que el ataque del oso que les devoró está grabado en audio. Esto es, no hay imagen, pero sí sonido. En la película podemos escuchar el principio: sólo unos segundos. Después Herzog, con muy buen criterio (hubiera resultado insoportable), decide no incluir el documento sonoro, e incluso aconseja que se destruya. Sin embargo, la película ofrece el testimonio del forense, que sí se vio obligado a escuchar la cinta. Y por él sabemos que el oso primero se enfrentó a Treadwell, que intentó echarle del lugar. Entonces el animal le atacó, mientras se oía a la chica gritar y gritar, cada vez más alto, hasta llegar a un chillido desgarrador: probablemente en ese momento el oso estaba ya mordiendo a Timothy y produciéndole terribles heridas. Entonces se escuchaba la voz de Treadwell que le pedía a Amie que se fuera: vete, márchate, corre, sálvate. Pero ella no hizo caso. En la cinta se oían unos golpes retumbantes y metálicos: el forense dedujo que Amie intentó apartar al oso de su víctima dándole sartenazos. Ya no explicaba más el médico: sólo decía que tardaron seis minutos en morir. Y que ella pudo irse, pero no lo hizo.


Sí, es verdad. Sin duda Amie pudo ponerse a salvo, mientras el oso se entretenía matando y devorando a Timothy. Siempre me han fascinado esos terribles momentos de prueba que, en ocasiones, algunas personas tienen la mala suerte de vivir. Cuando oigo hablar de uno de esos instantes críticos que te pueden convertir en un héroe o en un miserable, siempre me pregunto con inquietud qué hubiera hecho yo. ¿Hubiera escondido judíos en mi casa durante el Tercer Reich, arrostrando el riesgo de ser detenida y torturada por las SS? Me gustaría poder contestar que sí con total seguridad, pero lo cierto es que tengo mis dudas: soy más bien cobarde y la sola idea del dolor físico me espanta. Por eso admiro el temple de Timothy y Amie. Él tuvo la entereza de pedirle repetidas veces, mientras estaba siendo devorado, que le dejara y se salvara. Y ella, en fin, fue heroica al quedarse.


Una amiga querida, la periodista Nuria Labari, me dice que estoy en un error; que Amie debía haberse ido; que huir es de cuerdos; que Timothy era un chalado y lo único sensato que había hecho en su vida era decirle “¡Vete!”. Y que, obedeciéndole, Amie se hubiera salvado gracias a él y hubiera rescatado la memoria de Treadwell del disparate que fue su vida. Pues sí, todo eso es verdad. Pero está razonado a posteriori, sabiendo ya como sabemos que murieron los dos. En la indecible violencia y el horror del momento, Amie tiene la esperanza de poder ahuyentar aún al animal. ¿Cómo te vas a marchar dejando que el oso le devore? Y, si lo haces, ¿cómo te las vas a arreglar para vivir el resto de tu vida sin odiarte? He aquí dos personas marginales y grotescas, de las que la gente se reía, que supieron morir con dignidad. Ojalá no nos toque vivir pruebas así.

sábado, 3 de noviembre de 2007

Utopía - Eduardo Galeano


Ella está en el horizonte.
Me acerco dos pasos,
ella se aleja dos pasos.
Camino diez pasos
y el horizonte se corre
diez pasos más allá.
Por mucho que yo camine
nunca la alcanzaré.
¿Para qué sirve la utopía?
Para eso sirve:para caminar.

Debo confesar - Albert Einstein

Siendo un amante de la libertad, cuando llegó la revolución a Alemania miré con confianza a las universidades sabiendo que siempre se habían vanagloriado de su devoción por la causa de la verdad. Pero las universidades fueron acalladas.Entonces miré a los grandes editores de periódicos que en ardientes editoriales proclamaban su amor por la libertad. Pero también ellos, como las universidades, fueron reducidos al silencio, ahogados a la vuelta de pocas semanas.
Sólo la Iglesia permaneció de pie y firme para hacer frente a las campañas de Hitler para suprimir la verdad. Antes no había sentido ningún interés personal en la Iglesia, pero ahora siento por ella gran afecto y admiración, porque sólo la Iglesia ha tenido la valentía y la obstinación de sostener la verdad intelectual y la libertad moral.

Debo confesar que lo que antes despreciaba ahora lo alabo incondicionalmente.




(Declaración de Albert Einstein, publicada por "Time Magazine" el 23 de diciembre de 1940, p. 40)
Dibujo de Andy-Warhol

Camas Vacias - El Maestro Joaquin Sabina


Ni tu bordas pañuelos ni yo rompo contratos,
ni yo mato por celos ni tu mueres por mi,
antes de que me quieras como se quiere a un gato
me largo con cualquiera que se paresca a ti.

De par en par te abro las puertas que me cierras,
me cuentan que el olvido no te sienta tan mal,
la paz que has elegido es peor que mi guerra
aquella cama nido parece un hospitla.

Yo en cambio no he sabido ir a favor del viento
que muerde las esquinas de esta ciudad impía,
pobre a prendiz de brujo que escupe al firmamento
desde un hotel de lujo con dos camas vacias.

¿Quién hará mi trabajo debajo de tu falda?,
la boca que era mia ¿de que boca será?,
el roto de tu ombligo ya no me da la espalda
cuando pierdo contigo lo que gano al billar.

Aunque nunca me callo, guardo un par de secretos,
lo digo de hombre a hombre, de mujer a mujer.
Ni me caso con nadie, ni guardo pa' mis nietos,
por no tener no tengo ni edada ni de merecer.

Como pago al contado nunca me faltan beso,
siempre que me confieso me doy la absolución,
yo no cierros los bares ni hago tantos excesos,
cada vez son mas tristes las canciones de amor
Psdt.: Del maestro de maestrso Sabina, lealo y no hay mas nada que decir.