Durante muchos siglos esta decisión [la negativa de la Iglesia católica a la ordenación sacerdotal de mujeres] se basaba en la ancestral desconfianza y desprecio hacia la mujer. Tomás de Aquino dice que la mujer no puede ser sacerdote porque «vive en estado de infeción», y por ello no tiene la dignidad necesaria (Sum. Theol., Supl. 39, a.1). En este momento el rechazo no se funda ya en una creencia tan insostenible, sino en una interpretación de las intenciones de Jesús de Nazaret, que me parece traída por los pelos. Se afirma que si no eligió mujeres apóstoles es porque quiso que fueran exclusivamente hombres. Esto supone olvidar que en cada momento histórico hay imposibilidades reales dependientes de la situación. Volar no es una imposibilidad, puesto que ahora hay aviones, pero lo era hace dos mil años. La mujer en Palestina no podía ni siquiera testificar en un juicio: su testimonio no tenía ningún valor. ¿Cómo se la iba a elegir para testimoniar una doctrina? Sacar de esa imposibilidad circunstancial una prohibición permanente es como decir que puesto que Jesús no usó la televisión para predicar, los cristianos actuales no deben utilizarla.
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