jueves, 2 de agosto de 2007

Primer amor |Espido Freire| [fragmentos]

El primer amor puede surgir desde la primera adolescencia hasta la tercera edad. Se dan casos de ancianos que han descubierto, ya en la residencia, que nunca habían estado enamorados como en ese momento. Repito de nuevo que el primer amor no es siempre el primero que se experimenta, sino el que queda fijado de forma indeleble, el que sirve de referencia y guía para las relaciones posteriores. El que algunos han dado en llamar «el gran amor», o «el amor de la vida» o «el amor verdadero».

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Los hombres actuales se quejan de cierta desorientación: las chicas desean que se las corteje, pero se ofenden si se comportan como machos tradicionales. Rechazan algunas muestras de cortesía, pero añoran ser tratadas como princesitas. Reclaman su independencia, pero a partir de cierta edad parecen morirse por una relación estable y unos hijos. No soportan a los machistas, pero acaban siempre con los canallas mayores del reino. ¿Quién entiende a las mujeres?


Existe una explicación a todo ese barullo: para comenzar, las mujeres han evolucionado tremendamente en poco tiempo, y los hombres no han cogido su paso: ya no se educa a las niñas como hace veinte o treinta años, pero los cambios en la educación de los niños han sido mínimos. Por otro lado, un gran número de hombres confunden la cortesía con las normas de urbanidad básicas. Por otro, muchas mujeres no saben realmente lo que desean, como la gran mayoría de los hombres.

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He escuchado hasta la saciedad decir que la amistad entre hombre y mujer no existe, y he constatado que en muchos casos el dicho es cierto: se rompen las barreras, o en el objetivo inicial no figuraba la amistad, sino la conquista. Cuido a mis amigos como a perlas raras, pero instintivamente tiendo hacia una posición maternal con ellos. Pese a todo, la sospecha de que una atracción de otro tipo pueda romper la amistad, o que mi interés por ellos pueda malinterpretarse, continúa ahí, escondida, en algún lugar de mi mente.

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Algunos seres luminosos y afortunados nacen con la facultad de despertar cariño y las habilidades naturales para rodearse de amor. La mayor parte de nosotros, sin embargo, no sabemos sino caminar a tumbos, tantear y equivocarnos, y sentirnos culpables por no haber estado a la altura.


O si se dejara de considerar el amor como un logro social; si no se ostentara la belleza o el dinero del compañero como un éxito propio; si no se despreciara a las personas que, por una razón u otra, han elegido permanecer solos, o no han sido lo suficientemente afortunados como para encontrar una persona que les haga felices.


O si se viviera la soledad como un estado dichoso, sereno, no como un abandono o una situación irremediable. Si se disipara ese pánico a quedarse solo, si se potenciara la seguridad en uno mismo y se disfrutara de los momentos en los que podemos gozar de la compañía de otras personas sin que nos presione la idea de conseguir pareja.


O si, por último, desapareciera el concepto de «caza y conquista» en el plano amoroso, los términos en los que se da por supuesto que una voluntad ha de ceder ante otra más fuerte, que una personalidad ha de ser doblegada, que es preciso vencer una batalla para conseguir el amor del otro. Si el amado dejara de ser un enemigo o una plaza a asediar, para convertirse en una persona cercana; si no hiciera falta enmascararse y fingir...

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